La abadía de Stams, una maravilla austríaca

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La abadía de Stams es una de las abadías más bonitas de Austria. Se encuentra a 415 kilómetros de Viena por lo que conviene hospedarse en sus proximidades si uno viaja desde la capital. Desde la autopista se distingue , al pie de su montaña, ésta sublime construcción barroca amarilla y blanca.

De junio a septiembre, la visita comentada se celebra cada hora, de 9.00 a 11.00 horas y de 14.00 a 16.00 horas; en julio y agosto, la visita comentada cada media hora, de 9.00 a 11.00 horas y de 13.00 a 17.00 horas; del 1 de octubre al 30 de mayo con cita previa. La entrada general vale  tres euros.

Esta antigua abadía cisterciense se fundó en el siglo XIII por Isabel de Baviera.  Contó con varios momentos de auge y varios incendidos. En la actualidad, muy bien  restaurada, es una de las abadías más elegantes de Austria.

Al lado de la taquilla de la entrada, se halla la escalinata de honor, un precioso  trabajo de hierro forjado de la rampa (motivos florales), estucos y frescos en el techo.

Después, en la gran nave, bajo la avalancha de dorados, estucos y frescos se observa la antigua arquitectura románica, si bien ya no aparece en absoluto la desnudez cisterciense. Sin embargo, entre el constrate entre la blancura de las paredes y la decoración se crea  un efecto prodigioso.

En la entrada, destaca la lujosa cripta de 38 príncipes del Tirol. Además, es imposible ver un ornamentación más rica que la del púlpito. En el relieve se cuenta la vida de San Bernardo. El retablo de la derecha está ornamentado con láminas de oro.

También recomiendo fijarse en los frescos del techo de Georg Wolker, en los cuales se represetan escenas de la vida de la Virgen. Para preservarlos, la igleisa no tiene calefacción y se limpian con miga de pan.

A renglón seguido,  el altar mayor es una de las obras maestras de la abadía. Se trata de un  maravilloso “árbol de la vida” en madera tallada, elaborado en 1613. Sus raíces arrancan en Adán y Eva, y se  remonta a través de 84 santos y profetas que simbolizan los frutos.

Por último, la visita finaliza en la sala de los Príncipes, hecha  en 1720. Está cubierta de frescos en los que se narra la vida de San Bernardo. En medio del techo se abre una bella galería.

Foto vía Sobre Austria